Cuando yo le regalé unas galletitas a Fidel Castro
El pasado día 13, Fidel Castro Ruz cumplió 80 años. En Guatemala un niño tiene su nombre y sueña con asistir a un cumpleaños del Comandante en Jefe.
Por Norland Rosendo González
Quizás sea la única vez que yo le regale unas galletitas a Fidel Castro. Cuatro días antes fue su cumpleaños y no asistí, ni siquiera lo sabía. Entonces salvé la ocasión con los paquetes de galletas que llevaba para el viaje y brindamos con refresco de cola.
Eran más o menos las once de una mañana del año 2002 y nadie en Sticajó esperaba visitas. Los días allá arriba, en la cordillera de Los Cuchumatanes, a unos 3500 metros sobre el nivel del mar, transcurren apacibles y sin sol, casi aburridos si no fuera por el infinito horizonte azulado de la selva Lacandona, fronteriza con México, y el privilegio de ser parte de los centroamericanos que más cerca están del cielo.
Dos médicos aventureros, un guía que nunca había ido al lugar y yo caminamos desde la madrugada sin rumbo fijo. Sería mi primera conversación a solas con un Fidel Castro, con certeza el único de aquellos lares. Fue un viaje a pie de casi 20 kilómetros serpenteando cuestas.
El diálogo ocurriría en una montaña, él vestido con atuendos de militar y yo solo con mi libreta de notas y una cámara fotográfica, semejante al encuentro sostenido por el Comandante en Jefe en la Sierra Maestra con el periodista norteamericano Hebert Mathew.
Le pasé la mano por la cabeza tratando de regarle el pelo pero estaba pelado bajito, un corte de cabello al estilo castrense. Casi nunca se quita la camisa verde olivo; no usa charretera de oficial, pero tiene segundo grado.
Apenas empezamos a hablar me dijo lo de su cumpleaños, destapamos el pomo de Coca cola simulando descorchar una botella de champán, y abrimos el primer paquete de galletitas.
— ¿Y tú conoces a Fidel Castro, el de nosotros?
— Ese, y apuntó para mi agenda, entre las hojas reconoció la foto. Es el hombre bueno de la barba blanca. Los médicos me han dicho que es el mejor papá del mundo, que todos los niños cubanos son sus hijos.
— Pero él también se preocupa por ti, mira como te manda médicos para que estés sano y si enfermas te cures rápido.
Hizo un tenue movimiento de cabeza afirmativo con la mirada clavada en el suelo. «Yo me visto igual que él, esta camisa me la regalaron los médicos cubanos. Mi papá me dijo que cuando baje al pueblo me va a comprar una gorra verde.»
— ¿Y por qué te pusieron ese nombre?
— No sé, me lo puso mi papá. A él le gusta oír por la radio cosas de Cuba.
Y ahí vino la pregunta de Fidel Castro Pedro López que le cambió el rumbo a la entrevista:
¿Cómo son los cumpleaños del Fidel Castro de ustedes, se lo celebran como a los niños ricos de Guatemala?Le hice entonces una historia al estilo de los cuentos infantiles. Le dije que los días 13 de agosto Cuba convierte en una piñata gigante de risas y tortas (cakes) en los parques de las ciudades y en los pueblos de las montañas parecidos a Sticajó. Que todos los niños le cantan felicidades al abuelito de la barba blanca, y aunque sea por la pantalla del televisor le dan un beso.
«Debe ser bonita esa fiesta. Le voy a decir a papá que me lleve un día. Le compraré un regalito y le diré felicidades, como me hicieron unos médicos cubanos el día de mi cumpleaños.»
Entonces le aseguré que cuando lo viera en La Habana le iba a decir que tiene un hijo en Guatemala con deseos de asistir a su cumpleaños. Y para festejar de antemano, por el Fidel pequeño y por el gigante nuestro, abrí el último paquete de galletas, volví a llenar los vasos con refresco, y brindamos: Felicidades Fidel.
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