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El Reportero del Escambray

«A mí me encanta conversar con las matas de café»

«A mí me encanta conversar con las matas de café» A propósito de que el 15 de octubre se celebra el Día de la Mujer Rural, lea aquí la historia de una de las mejores caficultoras del Escambray villaclareño, en el centro de la Isla.  Por Norland Rosendo González

Foto: José Hernández Mesa

JIBACOA (Manicaragua) —. A Cándida Rosa Jiménez Ortiz algunos la consideran una loca en esta comarca del Escambray. Ella se ríe de las habladurías de la gente y no se cansa de conversar con sus matas de café para pedirles que mejoren la parición del grano.

Y parece que el método le surte efecto, pues esta mujer delgada pero fuerte, con dedos largos y finos y ademanes ágiles, está ubicada entre las mejores cosecheras de la zona y ostentó durante los últimos tres años antes de su jubilación en 2005 la condición de Vanguardia Nacional.

«Yo no lo voy a negar, es verdad que hablaba mucho con los cafetos. Cuando llegaba al campo por la mañana comenzaba a decirles cosas para que crecieran rápido y parieran mucho. A veces hasta me enojaba y les advertía que si no tenían buenos rendimientos, los cortaba y sembraba otro.

«Parece que la gente cruzaba cerca cuando estaba en mis conversaciones y después decían por ahí que yo estaba loca porque hablaba sola en el cafetal. Pero eso es puro cuento.»

Para contemplar un zorzal

En Jibacoa hacen temperaturas frías por las madrugadas, ideales para dormir hasta media mañana, pero Cándida se tiraba de la cama temprano. Colaba el sorbo de café imprescindible para empezar la jornada y se vestía con un pantalón verde olivo desgastado, una blusa desmangada —en franco desafío a las santanicas— y se anudaba un pañuelo en la cabeza para protegerse del sol.

A las 7:30 a.m. ya iba entrando en su finca Catimol y no había faena que le cortara la inspiración. Cuando el reportero del Escambray llegó una mañana de mayote 2005, estaba chapeando. Y lo hacía con tanta precisión que en cada movimiento del machete tumbaba las malas hierbas de cuajo, con la misma destreza de un hombre.

Cuentan que algunos la envidian aquí, pues ella apenas se agotaba y le imprimía un ritmo al trabajo que no todos pueden sostener. Mientras otros jadean de cansancio, Cándida solo erguía el cuerpo para contemplar un zorzal posado en una mata de café o saludar algún finquero próximo.

En 72 cordeles de tierra sus cosechas rebasaban cada año las 600 latas del grano, y siempre con una calidad excelente. Tuvo temporadas de sobrepasar las mil latas.  Qué bien canta su machete Cándida trabajó en la agricultura desde joven. Comenzó allá en Polo Viejo, cerca de Trinidad, y al llegar a Jibacoa continuó en ese quehacer. «En el campo hago de todo: desde la chapea, el riego abono, regulación de la sombra, hasta el deshije, y a la hora de la recogida solo se auxiliaba de un grupo de jubilados. Formábamos tremendo piquete. Por esos meses el cafetal era una fiesta.

«También tenía un área para cultivar alimentos. Sembraba arroz, malangas, maíz y frijoles.  A la tierra hay que acariciarla y mimarla de vez en vez para que produzca mucho. Eso exige amor y paciencia...

«No, yo no canto. Prefiero el trino de las aves y el sonido de las ramas de los árboles cuando las bate el viento. Dicen que le saco música al machete, pero eso es una broma.

«Bueno, un buen trago de ron o una cerveza fría nunca se rechazan... Antes sí me encantaban los bailes, los de mi época: un danzón, un son, un sucu sucu... Ahora prefiero la televisión. Yo no me pierdo los discursos de Fidel, los noticieros, y las telenovelas. Para mucha gente la brasileña está mejor, pero a mí me gustan las dos. Después me acuesto.»

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